Viajé a Lorca, como he viajado ya en bastantes ocasiones a bastantes sitios de España, buscando las huellas de ese pasado sefardí que tengo que reconocerles que me apasiona y que me ha llevado ya a unas cuantas ciudades de la Red de Juderías. Ya sabía antes de partir lo excepcional que es la judería lorquina, única por razones que luego les contaré, pero para lo que no me había preparado era para todo lo demás: resulta que Lorca es una ciudad bella, bellísima en algunos puntos y, sobre todo, con elementos excepcionales en su patrimonio, de los que la vieja aljama es uno más, y de los importantes, sí, pero no el único.
Violentamente sacudida por la naturaleza hace diez años, Lorca luce ahora orgullosa cómo ha superado la tragedia e incluso alguna de las heridas aún visibles se han convertido en detalles que sirven para saciar la curiosidad del visitante y certificar de alguna forma que ocurrió lo que ocurrió, aunque por el resto no lo parezca.
Pero no vamos a hablar más de esa historia porque precisamente si algo le sobra a Lorca son historias e historia que conocer y, sobre todo, que disfrutar. Vamos a ello.
La Fortaleza del sol, deslumbrante
Al llegar es imposible que no te llame la atención el impresionante castillo que, como corresponde, está en lo más alto de la ciudad. La llamada Fortaleza del Sol impacta desde abajo por su tamaño: como un barco gigantesco cubre todo el gran cerro sobre Lorca y sus dos grandes torres hacen el conjunto aún más espectacular.
Pero una vez arriba es aún mejor: las vistas son increíbles, las torres son impresionantes, hay algunas cosas muy interesantes como los aljibes y el castillo entero transmite esa sensación belicosa de tierra de frontera que es lo que fue Lorca durante casi dos siglos y medio: la última avanzadilla de Castilla frente a Granada -el reino nazarí estaba a sólo unos kilómetros- y en una zona además cercana a la Corona de Aragón.
Lo más llamativo son sin duda las torres, una de ellas bautizada Alfonsina porque fue mandada construir por Alfonso X y, aunque su apariencia exterior es casi la de un bloque macizo de granito, en realidad su interior es casi elegante y merece una visita atenta. Eso sí: les confieso que es casi imposible recordarlo cuando se llega a su techo y se contemplan las vistas que ofrecen sus 31 metros de altura que, sumados a los de la muralla y los del cerro del castillo, la hacen una atalaya perfecta para contemplar todo lo que rodea Lorca y, en su día, advertir de la llegada del moro, lo que obviamente fue su función principal durante no poco tiempo.
Una judería única
Quizá lo más excepcional de esta Fortaleza del Sol, no obstante, sea un secreto que la tierra guardó hasta hace sólo unos años: la judería mejor conservada de toda España, al menos desde el punto de vista arqueológico.
Abandonada tras la expulsión, contrariamente a lo que ocurrió en la mayor parte de las aljamas de Sefarad, la judería de Lorca nunca volvió a ser habitada. Poco a poco fue hundiéndose en la tierra y en el olvido hasta tal punto que incluso se desconocía su localización exacta, así que al ser descubierta accidentalmente ofreció lo que no se había encontrado todavía en nuestro país: un barrio judío medieval sobre el que no se desarrolló más vida en los cinco siglos que nos separan de 1492. Una joya arqueológica, vaya.
La judería se encontraba dentro de los muros del castillo algo que no era habitual pero que tampoco debe resultarnos tan sorprendente: los judíos estaban bajo la protección directa de los reyes y la fortaleza era un lugar óptimo para la separación y la protección que por desgracia convenía a aljamas en Sefarad.
Así, apartados y protegidos de la curiosidad y las miradas inquisitivas, los judíos de Lorca disfrutaban de unas viviendas que según los arqueólogos eran algo mejores que las habituales en otras aljamas y, sobre todo, de unas vistas insuperables desde allí arriba.
Dentro de este conjunto excepcional hay algo que aún lo es más: la sinagoga -muy pocas se conservan en España y quizá ninguna que no haya sido después templo católico- que se ha recuperado con mucha habilidad, colocándole una cubierta de madera que no se confunde con los restos reales, pero desde luego crea una sensación muy particular cuando se la visita, casi diría una vivencia. Me dijeron, y lo creo, que algunos visitantes sefardís se han conmovido hasta el llanto entre esos viejos muros en los que sus antepasados rezaban hace más de 300 años.
Joyas de cristal
En estas condiciones que les he comentado, las excavaciones arqueológicas en la judería han ofrecido un volumen de información muy importante y, por supuesto, han encontrado una cantidad notable de restos, algunos completamente únicos, como la colección de lámparas de la sinagoga que se han restaurado y conservado en el Museo Arqueológico de la ciudad.
Se trata de algo excepcional, no hay nada similar en el mundo y son la joya de una sala espléndida dedicada a la judería que ha dado una nueva dimensión a un museo que, tal y como comprobé al visitarlo, ya antes de eso era muy interesante.
Calles, plazas y más museos
Pero, aunque la historia es sin duda lo que ha dado el mayor interés a la ciudad, no todos sus atractivos entran en el ámbito de lo arqueológico: su casco viejo es una preciosa red de calles estrechas llenas de palacios que ofrecen hermosas perspectivas y muchos ejemplos de una arquitectura típica llena de encanto.
También hay monumentos tan notables como la Colegiata de San Patricio, la impresionante iglesia con fachada y tamaño que casi podrían ser de catedral y que completa una de las plazas más notables de la Región de Murcia, por no decir de España.
E historias como la de su poco convencional Semana Santa, que al parecer toda la ciudad vive con una pasión inusitada y que, por lo que me contaron y lo que vi en el Museo de Bordados del Paso Blanco, estoy deseando conocer.
Desde la zona del castillo en la que está el Parador de Turismo, en cuya construcción se encontró y empezó a excavar la judería, las vistas de la ciudad son magníficas y, cuando ya la has recorrido, empiezas a reconocer los diferentes lugares desde las alturas: la Colegiata y la Plaza de España, las curiosas Alamedas, las iglesias y alguno de sus palacios… Viendo todo aquello me preguntaba cómo Lorca se había escapado de mi radar viajero hasta entonces y, la verdad, aún no logro explicarme por qué no es más conocida y visitada. Anímense, no esperen más para encontrarse con lo inesperado.
Por Carmelo Jordá