Abraham, como padre fundador del pueblo de Israel, es la figura del héroe que desde un lugar de obediencia casi ciega y muda, va edificando una teología que muestra diferentes aspectos en su relación con D’s.
Su historia se inicia en el Lej Lejá del capítulo 12 de Bereshit. Nada sabemos de lo previo. A diferencia de otros héroes del texto bíblico (Moshé o Guidón) en donde el llamado se produce en un contexto determinado con un diálogo entre D’s y el candidato a convertirse en protagonista, Abraham inicia su camino obedeciendo una orden divina, sin cuestionar absolutamente nada:
“Dijo Ad’nai a Abraham: Vete de tu país y de tu lugar natal y de la casa de tu padre, a la tierra que habré de mostrarte (…). Se encaminó pues Abram, tal como le dijo Ad’nai, y partió con él Lot. Y Abram era de edad de setenta y cinco años, al salir de Jarán” (Bereshit 12: 1-4).
Así como nada sabemos desde el texto de la Torá, acerca de lo que rodea a esta primera presentación, la tradición rabínica ha construido múltiples relatos que acompañan a este fragmento. El Midrash, que se basa en el trabajo medieval titulado “Los actos de Abraham”, sostienen que Abraham luego de haber estado escondido en una cueva para no ser asesinado por el rey Nimrod, salió y observó el sol. Ante la maravilla del mismo y comenzó a rezarle. Pero al anochecer, al esconderse, se desilusionó porque el mismo desapareció. Observó la luna y las estrellas como astros alternativos, y comenzó entonces a rezarles a ellos. Sin embargo, en el amanecer, los mismos también desaparecieron, siendo el sol quien volvió a salir por el horizonte. Entendió entonces que existe un amo del universo, que controla todo lo que sucede. Que el sol, la luna y las estrellas fueron creados por quien controla su funcionamiento. De esa manera, descubrió a D’s.
Otro relato más conocido, que se trabaja en todas las instituciones educativas de la red escolar judía en todo el mundo, narra la historia en donde Abraham, ya más grande, queda al cuidado de la tienda de estatuas de su padre Teraj. Siendo Abraham incrédulo a los monumentos de piedra, destruyó a todos. Cuando su padre regresó y encontró ese desastre, le preguntó a su hijo qué es lo que había ocurrido. Abraham le explicó que la más grande de las estatuas tomó un palo y comenzó a destruir a las otras. Y así, entre ellas, se fueron demoliendo. Ante la incredulidad de su padre acerca del relato, Abraham cuestionó: ‘¿Puedes entonces creer en estatuas que no se mueven ni hacen nada?’.
El objetivo de estos relatos es rellenar los vacíos dentro del texto bíblico en la historia de Abraham. Sin embargo, desde el mismo relato bíblico, hay dos aspectos que merecen ser destacados en su figura. Hay varios pasajes donde Abraham cuestiona el accionar divino. El más conocido es el cuestionamiento a la destrucción de Sodoma y Gomorra (Bereshit 18:25). Otro momento está relacionado con la tensión constante de Abraham ante la imposibilidad de tener familia. Existe de hecho, una queja antes D’s en donde ‘el único heredero será el damasquino Eliezer’ (Bereshit 15:2).
Pero lo más dramáticamente llamativo son sus silencios. Abraham no emite oposición cuando se le pide que abandone su hogar y su tierra para ir a lo desconocido (Bereshit 12: 1-2). Y lo más dramático, hace silencio cuando se le pide que lleve a su hijo a ser ofrendado en la Akedá (Bereshit 22: 1-3). Ambos relatos tienen una expresión en común: ‘Lej Lejá’. En el pedido de abandonar su hogar y tierra, así como en el pedido de llevar a su hijo al altar, D’s le menciona esa expresión.
¿Será que Lej Lejá implica cumplir sin cuestionar? Me inclino a pensar que, inclusive un gran líder y héroe como es Abraham, encuentra momentos en donde debe pelear y discutir. Pero al mismo tiempo, existen otras instancias donde, por intuición o inteligencia, es preferible replegarse, aceptar la situación, y buscar alternativas que no siempre sean de enfrentamiento.
Un héroe o líder, sabe qué batallas libras y cuáles no.
Rabino Pablo Gabe