Por el Prof. León Trahtemberg
En reciente conferencista una mamá me pidió que le explique cómo podemos dimensionar el impacto de la cuarentena por covid en los niños. Se lo expliqué con una analogía. Le pedí que imagine un potrillo que desde que nació fue bien estimulado y a los 2 años, una semana antes de correr su primera carrera, es encerrado en su caballeriza y mantenido dentro de ella por 18 meses, exceptuando algunas breves salidas a caminar. El día que salga nuevamente a correr a la pista de carrera tendrá que reconfigurarse todo su desarrollo posterior, tomando en cuenta el frenazo sufrido en sus mejores años para volverse en caballo de carrera.
Del mismo modo, los niños que han sido encerrados por 18 meses, aún con ocasionales “recreos” en el parque, han perdido infinidad de oportunidades de socializar, explorar, tocar cosas, interactuar con la naturaleza, los objetos, las personas del mundo, los compañeros, estimular su lenguaje, su sentido de causalidad, experimentar las alertas propias de la seguridad en la calle, utilizar los juegos en los parques, adaptar su conducta a los diversos ambientes y contextos, vivir las relaciones con la gente en su tamaño y forma real.
Su mente ha visto limitada la cantidad y calidad de experiencias que son las que configuran las rutas sinápticas de su cerebro, reduciendo el espectro mental en momentos en que más bien debe ampliarse y nutrirse. Ha acumulado miedos, ansiedades, angustias, tensiones intrafamiliares, agotamiento por las rutinas del hogar y falta de estímulo ambiental por estar encerrado siempre dentro de las mismas paredes. Sus modelos adultos se han limitado al de sus padres o familiares cercanos, restringiendo las decenas de posibilidades existentes en el mundo real. Sumado a ello, el aumento de número de horas en las redes sociales, apps y videojuegos ha contribuido a fortalecer el hábito y frecuencia de su uso, facilitando el hackeo de sus mentes por parte de los algoritmos que éstas utilizan, que como ya sabemos, los condicionan a su uso continuo y pueden ser muy tóxicos para la salud mental, los hábitos de consumo de los jóvenes y su vocación por el extremismo.
No se pueden recuperar las experiencias no vividas, aunque algunas pérdidas se pueden subsanar. Pero se puede apresurar su retorno a la vida normal y reconfigurar las experiencias sensoriales, sociales, emocionales, físicas, intelectuales a partir de su rencuentro con el mundo abierto para el cual los colegios son espacios muy potentes. Así, cuanto antes retornen a la presencialidad escolar menor será el impacto negativo del encierro. A su vez, si las instituciones educativas son sensibles a este segmento distorsionado de la vida de los niños, deberían darle una notoria prioridad a la acogida y el acompañamiento socioemocional, para que vayan construyendo una ruta segura, cómoda y liberadora para su reingreso a la presencialidad.
Los principales enemigos a vencer son el desprecio de las autoridades por el bienestar de los niños y adolescentes y la ansiedad de los padres trasladada a los profesores por ver que sus hijos avancen los capítulos perdidos en la virtualidad. Eso último tiene una importancia marginal en todo este contexto donde las prioridades son otras. Por lo demás, los capítulos a estudiar son establecidos arbitrariamente por los ministerios de educación y ya se sabe hasta la saciedad que tienen poco que ver con la verdadera “educación para la vida”, por lo que pueden ser ampliados o reducidos o reformulados en función de las circunstancias.
Como decía Chomsky, lo importante no es cuánto material van a cubrir sino cuánto van a descubrir con el material disponible, y cuánto de ello será relevante para sus vidas. Y ningún profesional, académico o emprendedor exitoso les dirá que su éxito dependió de unos cuantos capítulos extra que tuvieron que aprender en el colegio para cumplir con los designios del programa oficial.