LA CAJA DE LETRAS

CÓMO RESCATÉ UN ANTIGUO LIBRO SOBRE LOS ORÍGENES DE LA COMUNIDAD JUDÍA EN LA ARGENTINA 
JAVIER SINAY
El periodista y escritor —autor de «Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos» y «Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez»— cuenta cómo la búsqueda de un inhallable texto sobre el periodismo ídish de fines del siglo XIX y principios del XX se transformó en un viaje en el tiempo y la recuperación de una memoria perdida
Hace unos diez años encontré un libro bajo capas de olvido y tiempo, y fue como una revelación. Ocurrió mientras estaba haciendo una investigación sobre unos asesinatos cometidos en una colonia agrícola santafesina (lo que a la larga se convertiría en Los crímenes de Moisés Ville), y el libro del que hablo contaba la historia —o mejor, la prehistoria— del periodismo judío en la Argentina. Había sido publicado en 1929 en Buenos Aires y estaba en ídish, la lengua que trajeron los judíos de Europa del Este. El título: Tsu der geshijte fun der idisher dyurnalistik in Argentine. O, de otro modo, Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina. El autor se llamaba Pinie Katz.
Hoy lo tenemos en español: La caja de letras: Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’, de Pinie Katz. Lo hemos traducido, lo hemos rescatado. Pero déjenme contarles cómo fue.
Me enteré sobre la existencia de ese libro gracias a Eliahu Toker, uno de los últimos y más relevantes idishistas argentinos. Él me lo mencionó en un correo fechado en junio de 2009: «¿Leés ídish? Hay un libro de Pinie Katz sobre periodismo ídish en Argentina que debe tener material acerca de tu bisabuelo y su periódico», me decía. Mi bisabuelo, Mijl Hacohen Sinay, había sido uno de los pioneros y su periódico Der Viderkol (El Eco) había aparecido en marzo de 1898. Der Viderkol fue rudimentario pero también épico; fue el primero y generó todo un revuelo entre los inmigrantes judíos que por entonces vivían en Buenos Aires. (Y, por cierto, no: yo no leía ídish.)
Pero ¿por qué me interesaba Der Viderkol? Porque este periódico fue contemporáneo de aquellos crímenes de Moisés Ville y yo buscaba saber si los había informado en sus páginas. Después del atentado a la AMIA, donde se conservaba un ejemplar del periódico, no pude encontrarlo. Es posible que el IWO (Idisher Visnshaftlejer Instituto—Instituto Judío de Investigaciones) aún tenga aquel ejemplar archivado en algún lugar. Pero yo nunca lo vi. Por eso necesité perseguirlo en otras fuentes.
Así que pasé a buscar el libro algunos días más tarde por la casa de Toker, y esa fue la primera vez que tuve en mis manos Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina. Con Ana Powazek de Breitman –a quien todos conocemos como Jana–, una mujer siempre dispuesta a cultivar el ídish, criada por dos sobrevivientes del Holocausto, empezamos a traducirlo en el IWO: ella me lo traía desde la lengua de mis ancestros y yo lo tecleaba, y después le daba un estilo literario fiel al original.
Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina me sorprendió porque era como un libro de aventuras. Los héroes (y algunos villanos) eran un puñado de periodistas, inmigrantes bastante quijotescos en la belle époque llegados a un confín del mundo: Buenos Aires. Cargaban con los abrigos viejos que habían traído desde la Rusia zarista, con samovares y con ritos milenarios que en esta ciudad valían poco o nada y a veces, mientras trabajaban de cualquier otra cosa, se ocupaban de fundar una nueva tradición basada en los artículos de prensa. El libro los mostraba en toda su humanidad, con sus iniciativas vocacionales y también con sus competencias despiadadas, y aun con sus miserias personales. Lo sorprendente es que cualquier periodista del siglo XXI entiende todo eso perfectamente. El periodismo cambió; los periodistas no tanto.
Un ejemplo de lo que dice el libro: «Una persona que tenía una imprenta y quería hacerla popular creía que una buena manera de lograrlo era a través de un periódico. Con una máquina para imprimir los anuncios de los teatros (que necesitaban de letras grandes, de modo que los imprenteros debían abastecerse de ellas), pensaba: ‘¿Por qué van a estar las máquinas apagadas cuando no hay que prensar para el teatro? Linotipistas hay y pueden trabajar. La redacción es el menor problema: hay tantos en esta comunidad que quieren mostrar sus conocimientos y que quieren ver sus nombres impresos, y por otro lado tenemos una tijera para recortar y pegar notas de otros periódicos…'».
Dije «héroes», dije «villanos». Pienso, por ejemplo, en Abraham Vermont: uno de los animadores más controvertidos de su tiempo y también, según nos informa Katz, uno de los que le dio al periodismo judío argentino «el primer tono». Shmuel Rollansky, otro escritor relevante, coincide: «Abraham Vermont fue el primer periodista que hizo un periódico sensacionalista argentino».
Para su vida cotidiana, Vermont necesitaba apenas dos cafés por día —dice Katz— y dormía en una piecita muy oscura adonde extendía diarios como sábanas para taparse. Dos veces por semana publicaba Die Volks Stimme (La voz del pueblo). Pero Vermont no fue un hombre inmaculado que dio todo por la causa de la prensa, sino más bien un diablillo pícaro que también se metió con los problemas personales de la gente, con las intrigas y los chismes. «Para él era tan fácil alabar a alguien en su periódico como insultarlo de la peor manera al día siguiente», escribe Katz. También se decía que estaba metido en el asunto de la trata de mujeres, muy grave entre los judíos de esa época. Katz no lo cree. De hecho, Vermont publicó reportajes y denuncias contra los tratantes. Sus claroscuros, a veces admirables y a veces tragicómicos, son los que lo hicieron humano. Como los periodistas de carne y hueso.
Fascina, casi 100 años más tarde, este libro sobre reporteros de nombres perdidos. Quizás porque su autor no es cualquiera. Pinie Katz fue una persona muy relevante dentro de la comunidad judía de las primeras décadas del siglo XX. Periodista, escritor, traductor (entre muchas traducciones del español al ídish, hizo Don Quijote, de Cervantes, y Facundo, de Sarmiento), activista político, activista cultural. Fue uno de los fundadores del diario Di Presse y de la rama local de la organización ICUF. Lo que se dice un hombre de letras de altísimo perfil. Que, por si fuera poco, escribía con gracia y estilo.
El libro muestra el período 1898-1914, que también fue recordado sin idealizaciones por otros autores. En el mismo año de 1914, David Goldman escribe en su libro Di Iuden in Argentine (Los judíos en la Argentina acerca de «la cantidad de cadáveres que yacen en el cementerio literario argentino», refiriéndose a los periódicos de poca vida. Goldman calcula que en esa breve etapa surgieron unos 40. Sin embargo, visto a la distancia, pienso que fue un período apasionante. En esos años nacieron o dieron sus primeros pasos algunas instituciones que fueron luego pilares y en 1951, la revista Der Shpigl/El Espejo miró hacia atrás y definió aquellos tiempos como «la época heroica del periodismo judío».
Pero los pioneros se convirtieron con el paso de los calendarios en figuras difusas o, en la mayoría de los casos, en simple materia de olvido.
Adelantémonos ahora un par de años. Es 2014. Los crímenes de Moisés Ville acaba de ser publicado y mi amigo Norberto Chab, que también es un periodista quijotesco, me pregunta mientras tomamos un café si no conozco otra historia parecida a la de esos asesinatos. Chab por entonces está iniciando su sello Ediciones Del Empedrado y ha encendido su radar de temas. Me quedo pensando un rato. No, no conozco otro cuento como aquel, pero hay algo que me quedó en el tintero y es la idea de rescatar la voz directa de esa generación de pioneros.
Especialmente porque la mayor parte de lo que escribieron —de lo que dijeron— fue publicada en ídish y hoy es ajena a la gente que desconoce ese idioma, y es una pena porque entre fines del siglo XIX y la década de 1960 hubo una enorme cantidad de diarios, revistas y libros que contaron la vida judeoargentina, que es una parte de la vida argentina. En una proyección de casi un siglo (1898-1989), 337 publicaciones judías vieron la calle, de acuerdo a Alejandro Dujovne, investigador del libro y la edición. Había entre los judíos «una fiebre comunicativa», me dijo una vez Ester Szwarc, una de las directoras del IWO, y como señala un refrán en ídish: todo aquel que tuviera al menos una mano o un pie escribía. Hay que rescatar algo de todo eso, pienso, y le hablo a Chab de Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina. Le digo que es un libro maravilloso, útil, incluso necesario. No sé cómo, pero lo convenzo.
Así que en los años que siguieron continúo junto a Jana el trabajo de traducción hasta completar todo el libro. Y a eso le agrego un prólogo y 278 notas a pie de página para dar contexto a tantas cosas que se cuentan. La quijotada se cumple. Finalmente aquí está La caja de letras: Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’, de Pinie Katz.
En la cultura judía hay una idea que me gusta para referir a la transmisión y la herencia: la cadena de oro de las generaciones, di goldene keit. Quizás también podamos decir algo así con estos Apuntes… hallados y recuperados. Y junto con ellos, toda esta escritura: una caja de letras que es propiedad de periodistas valientes, aventureros, caóticos y tercos. Héroes y villanos a los que Pinie Katz redimió de la bruma y del olvido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *