Lo primero que invade mis recuerdos de esa época, es el balde con agua fresca del pozo, con un jarro a su lado, que permanentemente había sobe una mesita, en el comedor-estar, de la casa de mis abuelos, en el campo donde fueron colonizados por la Jewish, ubicado en la zona denominada la Linea, distante a 5 km. del pueblo de Monigotes, cuyo grupo de colonos integraron en 1906. Yo nací en 1930, por lo tanto mis recuerdos se refieren a la época de mi niñez, cuando ya estaban establecidos y organizados. El agua, elemento básico, lo sacaba de un pozo de unos 10 metros de profundidad, cuyo origen eran las vertientes subterráneas de la zona; el contenido del balde se renovaba en forma constante durante todo el día con líquido fresco, extraído usando una soga con rondana. El gusto, al cual estaban habituados era bueno, no era salado, problema que se presentaba muchas veces, en zonas aledañas. El pozo también cumplía la función de heladera, por lo cual en los día de fuertes calores del verano, también se bajaba un balde con productos perecederos para su conservación.
El puchero era la comida principal, que en forma casi diaria, mi abuela cocinaba. A las once cuarenta y cinco, agregaba las papas, porque si lo hacía antes se desintegraban, cuando a las 12 puntualmente almorzaban, primero la carne con las papas y demás legumbres, luego la sopa con los fideos o arroz.
En los desmontes de nuevas parcelas, regalaban la ramas que no servían para hacer postes; mi abuelo cargaba en su chata tiradas por 4 caballos, y se proveía de lo para el consumo diario en el horno y la cocina. Lugo la hachaba, y acomodaba en pilas, como era su costumbre.
Todos los viernes, mi abuela con la ayuda de mi mamá y mis tías, amasaban y horneaban el pan, para toda la semana. Producido en esta forma, su costo era de un tercio del comprado en la panadería. Cuando el horno se enfriaba, mi abuela lo usaba para hacer sus famosos «papaliques», similares al pan turco, que tanto nos gustaban. El calor del horno se aprovechaba como calefactor durante los fríos inviernos.
Criaban muchas gallinas, pavos, gansos y patos; sus alimentos, las aves se lo rebuscaban picoteando en el piquete aledaño a la casa, al cual estaban acostumbrados y se no alejaban; además comían el maíz que mis abuelos compraban, para cumplimentarles su comida. Los huevos eran básicos en la alimentación de los colonos, se producían en cantidades importantes, en diferentes nidos, de donde a diario los retiraban, para consumo, o con destino a empollar. También tenían ovejas y chivos. Los cerdos no se criaban ni se consumían hasta los años cincuenta.
Añoro la huerta en la cual mi a abuelo cultivaba prácticamente todas las verduras que necesitaban para propio consumo, recuerdo como de niño saboreaba en ella sus rabanítos. También tenía algunos árboles frutales.
Diariamente muy temprano, desde la carnicería del pueblo, pasaba un repartidor, que mediante una libreta donde lo anotaban, les traían la carne vacuna «kosher» que consumían.
En los primeros años, no se explotaba el tambo, la costumbre se difundió, cunando los colonos fundaron la lecheria afiliada a la San-Cor, en la cual se producía crema que se cargaba a diario a Sunchales. No obstante siempre tenían una vaca con su ternero, que les proceía de leche.
Los choclos fueron algo muy especial, eran uno de los manjares preferidos que se consumían en grandes cantidades en el verano, cuando las siembras de maíz legaban a ese estado en su madurez. Era usual, cuando alguien pasaba por el camino, frente a un potrero con chocles ya aptos para consumo, paraba su sulky, arrancaba algunos choclos para uso personal y se los llevaba ; nadie lo consideraba un hurto, así se acostumbraba. Hoy vos en mi campo, mañana, yo en el tuyo.
Compartir con amigos, un «shcarmit», cucurucho, lleno de girasol tostado, era una costumbre de nuestro pueblo y de los vecinos de la colonia Moises Ville, se comía y se conversaba, hasta que las cáscaras blanquearan el suelo.
Los viernes a la tardecita, cuando llegaba el tren de pasajeros, en su furgón traía desde Rosario pescado, boga, sábalo y caballa ; todo venía cubierto de una capa de hielo para no perder el frío, y Moishe Koifman, quien lo traía, apenas llegado, lo vendía a los colonos esa misma noche hasta agotar su stock. Demás esta decir que este alimento gustaba mucho, como también la caballa, que conservada varios días en sal tomaban gusto de arenque.
Como es sabido, la producción de alimentos en forma familiar, ayudó fuertemente, para paliar los problemas de la falta de dinero, producido por las malas cosechas en épocas de pocas lluvias, con heladas, langostas, y otros inconvenientes en los cultivos.
Samuel Jinich