Rabino Sacks Vayetzé

Traductor: Carlos Betesh, Comunidad Chalom, Buenos Aires

Editor: Ben-Tzion Spitz, Gran Rabino, Uruguay

 Cómo entra la luz

Por qué Yaacov? Esa es la pregunta que nos hacemos repetidas veces al leer las narraciones de Génesis.

Yaacov no fue lo que era Noaj: Justo, perfecto en su generación, el hombre que caminó con Dios. No hizo, como Abraham, abandono su tierra, su lugar de nacimiento, la casa de su padre en respuesta a un llamado divino. No hizo como Ytzjak, que se ofreció para ser sacrificado. Tampoco tuvo el sentido imperativo de justicia y voluntad de intervención, como vemos en las escenas de la primera parte de la vida de Moshé. Sin embargo, nosotros nos definimos por todos los tiempos como los descendientes de Yaacov, los hijos de Israel. De ahí el sentido de la pregunta: ¿por qué?

La respuesta, me parece a mí, se insinúa al principio de la parashá de esta semana. Yaacov transitaba de un peligro a otro. Se había ido de su casa porque Esav juró asesinarlo cuando muriera Ytzjak. Estaba por ingresar en la casa de su tío Laban, que le podría traer otros peligros. Lejos de su casa, solo, estaba en el punto de máxima vulnerabilidad. Bajó el sol. Cayó la noche. Yaacov se acostó para dormir cuando tuvo esta majestuosa visión:

 «Y soñó, y mira, que había una escalera apoyada en la tierra cuya cima llegaba al cielo; y mira, que ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y mira, que Dios estaba parado sobre él y dijo: `Yo soy HaShem, Dios de tu padre Abraham y Dios de Ytzjak; la tierra sobre la que estás acostado, a ti te la daré y a tu descendencia. Y será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás poderosamente hacia el oeste, hacia el este, hacia el norte y hacia el sur; y todas las familias de la tierra se bendecirán por ti y por tu descendencia. Y mira, que Yo estoy contigo; te protegeré donde quiera que vayas y te haré retornar a esta tierra; pues no te abandonaré hasta que haya hecho lo que he hablado respecto de ti´. Se despertó Yaacov de su sueño y dijo: «Ciertamente está presente Dios en este lugar…y yo no lo sabía!» ¡Y se asustó y dijo «Qué asombroso es este lugar! ¡No es esta sino la morada de Dios y esta es la puerta de los cielos!»

Debemos observar las cuatro veces que se repite «y mira», en hebreo ve-hinei, una expresión de sorpresa. Nada lo había preparado a Yaacov para esta aparición, tema enfatizado por sus propias palabras cuando dice «el Señor estaba en este lugar – y yo no lo sabía.» El mismo verbo utilizado al principio del pasaje, «Él vino a un lugar» en hebreo vayifga ba-makom, tambien alude a un encuentro inesperado. Más adelante, en el hebreo rabínico, la palabra ha-Makom «el Lugar» se utilizó como sinónimo de «Dios.» De ahí, la forma poética de leer la frase vayifga ba-makom podría ser «a Yaacov se le presentó, tuvo un encuentro inesperado, con Dios.»

Agreguemos a esto la lucha nocturna de Yaacov con el ángel en el parashá de la semana entrante y tendremos una respuesta a nuestra pregunta. Yaacov es el hombre que tiene sus experiencias espirituales más profundas solo, de noche, en el medio del peligro, y lejos de su casa. Es el hombre que se encuentra con Dios cuando menos lo espera, con la mente en otras cosas, cuando lo acosa el temor y posiblemente estando al borde de la desesperación. Yaacov es el hombre que, en un espacio liminal, en el medio de una travesía, descubre que «Seguramente el Señor está en este lugar – y yo no lo sabía!»

De esta forma Yaacov se convirtió en el padre del pueblo que tuvo el encuentro más cercano con Dios en lo que Moshé luego describió como» lo descubrió en una tierra desierta, en la desolación, en el ululante yermo; lo rodeó, le concedió discernimiento, lo protegió como la pupila de Su ojo.» ¿Los judíos sobrevivieron singularmente una larga serie de exilios y aunque al comienzo dijeron «Cómo podemos cantar la canción del Señor en tierra extraña?» descubrieron que la Shejiná, la Divina presencia, aún estaba con ellos.

Aunque habían perdido todo, no perdieron el contacto con Dios. ¡Todavía podían descubrir que «el Señor estaba en este lugar – y yo no lo sabía!».

Abraham les dio a los judíos el coraje para desafiar a los ídolos de su época. Ytzjak les dio la capacidad de autosacrificio. Moshé les enseñó a luchar apasionadamente por la justicia. Pero Yaacov les transmitió el conocimiento de que precisamente cuando sientes la mayor soledad, Dios está contigo, dándote el coraje, la esperanza y la fuerza para soñar.

Sin duda fue David, en su libro de Salmos, el que le dio a todo esto la expresión poética más profunda. Repetidas veces llama a Dios desde el corazón de las tinieblas, afligido, solo, apenado, temeroso.

«Sálvame oh Dios! Porque vienen las aguas al alma. Estoy hundido en el fango, donde no se puede estar de pie. He llegado a las aguas profundas, y el torrente me sobrepasa.»   (Sal.69: 2-3)

«Desde las profundidades te he llamado, oh Eterno»    (Sal.130: 1)       

A veces nuestras más profundas experiencias espirituales ocurren cuando menos las esperamos, cuando estamos cerca de la desesperación. Es entonces que caen las máscaras que nos colocamos. Estamos en el momento de máxima vulnerabilidad – y es ese el momento en que estamos más abiertos a Dios y Dios abierto a nosotros.

«El Señor está cerca de los apenados y de los de espíritu vencido» (Sal. 34: 18)

«Oh Eterno, abre mis labios y mi boca anunciará Tu alabanza.» (Sal. 51: 17)

«Cura a los de corazón destrozado, y cicatriza sus heridas.»  (Sal. 147: 3)

El Rav Nahman de Bratslav solía decir: «Una persona necesita llorar a su Padre en el cielo con voz poderosa desde la profundidad de su corazón. Entonces Dios escuchará su voz y oirá su llanto. Y puede ser que por este acto en sí todos los obstáculos y dudas que le impedían estar al verdadero servicio de HaShem caerán y se anularán completamente.» (1)

Encontramos a Dios no solamente en lugares sagrados o familiares sino también en el medio de un viaje, o solos por la noche. «Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte no temeré por ningún mal, porque Tú estás conmigo.» La más profunda de las experiencias espirituales y la base de todas las demás, es saber que no estamos solos. Dios nos toma de la mano, nos resguarda, nos levanta cuando caemos, nos perdona cuando fallamos, cicatriza las heridas de nuestra alma con el poder de Su amor.

Mi finado padre, de bendita memoria, no era un judío ilustrado. No tuvo la oportunidad de serlo. Llegó a Inglaterra de pequeño, como refugiado, y tuvo que abandonar la escuela de joven, ya que las posibilidades de obtener una educación judía en esa época eran limitadas. La mayor parte de su tiempo la empleó en la supervivencia de la familia. Pero yo lo vi como judío caminar erguido, sin temores, a veces desafiante, porque cuando rezaba o leía los Salmos sentía intensamente que Dios estaba con él. Esa simple fe le otorgó fortaleza mental y una dignidad inmensa.

Esa fue su herencia de Yaacov, y es la nuestra. Aunque caigamos, caeremos en los brazos de Dios. Aunque otros pierdan la fe en nosotros y aunque perdamos la fe en nosotros mismos, Dios nunca pierde la fe en nosotros. Y si nos sentimos decididamente solos, no lo estamos. Dios está ahí, a nuestro lado, dentro de nosotros, animándonos a levantarnos y a seguir adelante, porque hay una tarea que no hemos realizado y que hemos sido creados para cumplirla. Un cantante de nuestra época escribió «Hay una grieta en todo. Es así como entra la luz.» El corazón fracturado deja entrar la luz de Dios, y se transforma en la entrada al cielo.

                   

(1) Likkutei Maharan 2: 26.

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