Relatan las fuentes hebreas que desde el mismo instante en que se produjo la recuperación de Jerusalén y del Sagrado Templo, fruto de la revuelta macabea contra los griegos, la familia jasmonea ordenó restaurar y purificar el sagrado altar y estableció recordar todos los años la magna epopeya, legado que se cumple hasta nuestros días.
Así nació Janucá, la fiesta de la liberación de la nación judía del yugo opresor, que a partir del día 25 del mes de kislev, durante ocho noches, se encienden velas y se cantan alabanzas para evocar los hechos y los milagros de la magna gesta. Tal como relata el historiador judío de la época Iosef ben Matityahu o Flavio Josefo en su libro Antigüedades Judías XII, del siglo I e.c., al mencionar la orden de Yehuda el Macabeo, quien luego de reconsagrar el Templo de Jerusalén que habían profanado Antíoco IV Epífanes y los sacerdotes hebreos helenizantes, en celebrar la liberación durante ocho días, todos los años. Josefo llama a estos festejos el ‘Festival de las Luminarias’, y describe la alegría del pueblo en restaurar los sacrificios en el Templo y el restablecimiento de sus costumbres, su libertad de culto, y que no omitió en esos días ningún tipo de placeres, entre himnos y salmos.
Hace más de 2000 años que el pueblo judío recuerda la dimensión de este hecho extraordinario que sucedió en las tierras de Judea en el siglo II a.e.c. El reino helenístico Seléucida de Siria dominaba estos territorios, y eran tiempos en que la sociedad hebrea estaba dividida respecto a su permeabilidad al helenismo: la aristocracia judía se encontraba fascinada e influenciada por la cultura y la sabiduría griega, mientras que en las clases campesinas y conservadoras hebreas existía un fuerte rechazo a dicha penetración y asimilación.
Los sectores helenizantes pertenecían especialmente a familias y clanes de terratenientes, al alto sacerdocio, en el cual determinados sacerdotes (cohanim) del Sagrado Templo de Jerusalén lideraban los procesos helenizantes, adoptando nombres griegos, y desarrollando una vida según los usos, costumbres y estilos griegos, llegando incluso a ser idólatras. A esta casta política pertenecía el Sumo Sacerdote quien era la máxima autoridad hebrea, el responsable de la administración del gobierno, de la recaudación impositiva y las donaciones. El Sagrado Templo poseía un gran tesoro que estaba en poder de dichos sacerdotes.
Una crisis política se desató al ser derrotado el rey seléucida Antígono III, a manos de la República Romana. Fue un golpe demoledor, el descalabro provocó una debacle económica en el reino seléucida, que agotó su tesoro al deber indemnizar a los victoriosos romanos por los costos de la guerra. La situación se agravó al asumir el trono el heredero Antígono IV Epifanes, a la crisis militar y económica se desarrolló una creciente corrupción en el poder sacerdotal hebreo, que bajo una despiadada competencia entre los sacerdotes prohelénicos, luchaban entre si para acceder al sumo sacerdocio. Cada uno de los interesados le prometía a rey Epifanes vaciar las arcas del Sagrado Templo para contribuir con el pago de las deudas asumidas por la derrota. Era el dinero que según la ley hebrea debía ser destinado para cubrir cataclismos, o en socorrer a pobres, huérfanos y viudas.
Se desató una guerra palaciega que degradó la vida en Judea. Ante la creciente fractura interna estalló una guerra civil hebrea entre quienes se oponían al ultraje y quienes querían acceder al poder para satisfacer sus apetencias y someter toda reacción popular. El antagonismo escaló hasta que Antíoco Epifanes, aliado a la facción judeo helenista, dictó en el año 167 a.e.c. una serie de ‘Edictos’ que imponían por la fuerza prohibiciones a los ritos básicos judíos, tales como la circuncisión, cuidar el cashrut, estudiar la Torá, observar el Shabat, entre otros. El objetivo era homogeneizar la cultura griega mediante la obligación de imponer a toda la población su modo de vida, sus iconos paganos, y así, lograr disipar toda resistencia con la desaparición del judaísmo.
Los edictos encendieron la rebelión, la familia jasmonea del sacerdote Matatías y sus cinco hijos, comenzaron a liderar el levantamiento contra el gobierno seléucida en Israel apoyados por las masas rebeldes. La sublevación, entre 167 y 164 a.e.c, entusiasmó a todos con sus triunfos, en el apogeo de la revolución, las tropas rebeldes lograron liberar Jerusalén, purificar el Templo y restituir la ritualidad religiosa judía. Cuenta el Talmud que al intentar los macabeos reanudar las actividades del Templo se percataron que no tenían el aceite de oliva puro necesario para encender la ‘Menorá’, solo hallaron una jarra que contenía la cantidad de aceite para iluminar una sola noche, pero milagrosamente el aceite fue suficiente para ocho noches enteras. Esto dio origen a la principal costumbre de la festividad, que es el encendido, de forma progresiva, de un candelabro de nueve brazos llamado ‘januquiá’
La fiesta de Janucá, cuyo nombre hebreo significa ‘dedicar’ o ‘inaugurar’, celebra estos hechos y milagros que tuvieron lugar hace más de 2.000 años. Durante ocho días y ocho noches los judíos celebran la epopeya, se encienden velas, se entonan cantos e himnos alusivos, se comen platos tradicionales preparados con aceite, como las ‘sufganiot’ y los ‘latkes’. Los niños juegan a un juego de azar haciendo girar un ‘dreidel’, o ‘sevivón’ o perinola, para ganar el Janucá ‘guelt’, o las monedas de chocolate.
Uno de los hermosos himnos que se entonan en Janucá es el de ‘Maoz Tzur’ (La fortaleza de la roca) que se compuso en la Edad Media. El canto nos remonta a cuatro épocas de persecuciones a las que felizmente el pueblo judío con empeño logró superar y sobrevivir: el éxodo de Egipto, el final del cautiverio babilónico, la salvación en Purím, y finalmente nos habla de la gran victoria macabea que hoy conmemoramos.
Pero la historia moderna también abunda en heroicas luchas que llevó adelante el pueblo judío por su supervivencia, su libertad como nación, por su identidad y sus tradiciones, lo cual, al rememorar la rebelión macabea y un milagro de hace más de 20 siglos, realizamos una renovada invitación a fortalecernos como una roca frente al totalitarismo y mantener la llama encendida o la luz en la lucha contra el oscurantismo.
Jag Urim Sameaj
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