Émile Édouard Charles Antoine Zola, nacido en París, 2 de abril de 1840, pasó a la historia de la literatura como Émile Zola, considerado como el padre y el mayor representante del naturalismo; pero también ingresó, sin saberlo en la historia judía por su papel en la revisión del proceso de Alfred Dreyfus, que le costó el exilio de su país.
En notas anteriores revisamos la historia del capitán Alfred Dreyfus, la de Teodoro Herzl y la influencia que el caso del primero tuvo sobre el fundador del sionismo político.
No es caprichoso entonces dedicar esta columna al autor de Yo Acuso, publicado el 13 de enero de 1898, en el cual desenmascara la conspiración judeofóbica que significó la falsa acusación y que llevó al fundador del sionismo político a considerar que solo un estado propio pondría era la solución para las comunidades judías.
La obra ensayística de Zola comprende volúmenes teóricos sobre el naturalismo, como La novela experimental (1880), El naturalismo en el teatro (1881), Nuestros autores dramáticos (1881), Los novelistas naturalistas (1881), Documentos literarios (1881), y Una campaña (1882); además de textos de crítica y polémica, entre los que destacan Viaje de vuelta (1892), Nueva campaña (1897), y fundamentalmente ¡Yo acuso!, un extenso artículo dirigido al Jefe de Estado francés y publicado originalmente en el periódico L’Aurore, dirigido por Georges Clemenceau donde defendió la inocencia del capitán de origen Alfred Dreyfus judío, acusado de alta traición a la patria por los militares antisemitas; lo que le costó un proceso por difamación y su retiro a Londres. Tras regresar a París siguió publicando artículos sobre el caso, falleciendo finalmente asfixiado en su casa, posiblemente asesinado.
Pero retrocedamos en el tiempo.
Durante 1867 presentó Thérèse Raquin, su primera novela naturalista, un estudio psicológico del asesinato y la pasión. Interesado por los experimentos científicos sobre la herencia, quiso escribir una novela que penetrara en todos los aspectos de la vida humana, dando a esta nueva escuela de ficción literaria el nombre de naturalismo con el que pretendía hacer un análisis científico como los que habían hecho Charles Darwin y Karl Marx.
Entre 1871 y 1893 escribió una serie de veinte novelas bajo el título genérico de Les Rougon-Macquart. Fue calificado de obsceno y criticado por exagerar la criminalidad y el comportamiento a menudo patológico de las clases más desfavorecidas. Algunos de los libros que se ocupan de las cinco generaciones de la familia, alcanzaron una
gran popularidad, entre las que destacan La taberna (1877), estudio sobre el alcoholismo; Nana, basada en la prostitución; Pot-bouille (1882), análisis sobre las pretensiones de la clase media; Germinal (1885), relato sobre las condiciones de vida de los mineros; La bestia humana (1890), donde analiza las tendencias homicidas; y El desastre (1892), un relato sobre la caída del Segundo Imperio. Así llegamos al año 1897, cuando Zola se implica en el caso Dreyfus, el militar francés, de origen judío, culpado falsamente por espía.
Zola intervino en el debate impresionado por la campaña antisemita y apoyó la causa de los judíos franceses. Escribió distintos artículos a los que remataba con la frase “la verdad está en camino y nadie la detendrá” (12-1897). Finalmente publicó en el diario L’Aurore su famoso J’accuse…! con una tirada de trescientos mil ejemplares, (Carta al Presidente de la República), lo que dio un giro al proceso de revisión; pues el verdadero traidor fue el comandante Walsin Esterházy, que fue denunciado en un Consejo de Guerra el 10 de enero de 1898, pero sin éxito.
Considero que este es el momento de silenciar la voz de quien esto escribe, para que el lector conozca el texto íntegro del alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por Émile Zola mediante esa carta abierta al presidente francés M. Felix Faure, y publicado por el diario L’Aurore, el 13 de enero de 1898, en su primera plana, es la siguiente:
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante —quiero suponer inconsciente— del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente en L’Éclair y en L’Echo de París una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero”.
Émile Zola, París, 13 de enero de 1898.
El autor falleció en París el 29 de septiembre de 1902.