Después de alcanzar la cúspide de su grandeza durante los reinados de David y Salomón, en el siglo X A.E. C., el antiguo reino de Israel quedó, cada vez más, en peligro frente a sus poderosos vecinos y debido a los problemas internos.
Los miembros de las diez tribus del Reino de Israel merecieron peor suerte que las dos tribus del Reino de Judá. Significativamente, ambas comunidades habían oportunamente sido advertidas por los grandes profetas del periodo, Elías e Isaías, respectivamente.
Para empezar, el profeta Jeremías profetizó (alrededor del año 600 A.E C.) sobre el tiempo del exilio, afirmando que duraría 70 años (Jer. 25:11-14). Dios también habló por medio de Jeremías que, cuando se cumpliese ese tiempo, Él visitaría a su pueblo y despertaría sobre ellos su buena palabra para hacerlos volver a su tierra (29:10-11; cp. Dn. 9:2; Zc.1:12). Estas palabras comenzaron a cumplirse cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, llevó cautivo en tres distintas deportaciones a los habitantes más prominentes de Jerusalén.
Para entender el contexto se debe saber que tras la muerte del rey Salomón, hijo de David, el reino unido de las 12 tribus de Israel se dividió en dos reinos. Roboam, hijo de Salomón, permaneció como rey en Judá dentro del territorio sur, con su capital en Jerusalén. Por su parte, Jeroboam se proclamó rey de las diez tribus del norte teniendo a Samaria como capital.
Cada reinado tuvo unos 20 reyes. Todos los que reinaron en el norte actuaron contra los estatutos de D´s, y crearon un sistema de adoración al levantar lugares profanos para la adoración de dioses paganos. Asimismo, los reyes del sur velaron por tener un servicio de adoración conforme a lo que Él había ordenado.
Tras la división de su dinastía real en dos ramas, la del norte y la del sur, los asirios no dejaron de aprovechar la situación para conquistar el reino septentrional. El del sur, con capital en Jerusalén, trató de mantener su independencia haciendo equilibrios entre Egipto y Babilonia, pero este último a finales del siglo VII a.e.c. se propuso poner bajo su órbita al pequeño estado judío.
Fue así como en el año 597 a.e.c. las tropas del soberano babilonio Nabucodonosor entraron en Jerusalén en castigo por el comportamiento de sus reyes. Unas tres mil personas, pertenecientes a las familias más poderosas del país, fueron deportadas a Babilonia, junto con el mismo rey. Sin embargo, los babilonios respetaron el trono de Judea, en el que pusieron a un pariente del rey depuesto. Fue en 587 a.e.c cuando, después de una nueva rebelión hebrea, Jerusalén fue conquistado y el Templo de Salomón incendiado, a lo que siguió una nueva deportación de judíos influyentes a Babilonia.
El exilio babilónico fue para los judíos un tiempo de tribulación y nostalgia por la patria perdida. Pero en realidad el episodio tuvo consecuencias decisivas en la configuración de la religión y de la identidad nacional judía.
Si bien antes de la conquista de Jerusalén el pueblo hebreo había desarrollado tendencias politeístas, los sacerdotes del exilio elaboraron un pensamiento rigurosamente monoteísta influido por la ciencia mesopotámica. También fue en esos años cuando se pusieron por escrito muchos de los textos que constituyen la actual Biblia hebrea constituida por 24 libros. De este modo, a su vuelta a Jerusalén a partir del año 521 a.e.c, los exiliados establecieron un nuevo modelo religioso y político que ha marcado todo el devenir del pueblo judío hasta nuestros días.
En el año 721 AEC, el Imperio asirio atacó la región norte del reino de Israel. En dicho ataque las 10 tribus desaparecieron y se desconoce si estas tribus fueron asesinadas, esclavizadas o expulsadas. Lo cierto es que las mismas simplemente se perdieron, por lo que son conocidas como las 10 tribus perdidas de Israel.
Cuando los asirios se enfrentaron con el reino del sur llamado Judea, las 2 tribus que ahí vivían decidieron rendirse con tal de sobrevivir. Fue de este modo que los miembros de la tribu de Judá y la minoritaria tribu de Benjamín sobrevivieron al ataque e invasión del imperio asirio, así que sus descendientes fueron llamados judíos.
Después de 344 años bajo dominio asirio, un imperio más poderoso llegó: el babilónico y la suerte de los judíos empeoró. En el año 586 a.e.c., encabezado por el rey Nabucodonosor II mandó a destruir el Templo de los judíos. Una vez con el Templo destruido, los judíos fueron expulsados hacia Babilonia en lo que fue conocido como un exilio masivo.
Durante este tiempo en Babilonia, los judíos no dejaron de añorar su retorno a su amada Israel y comenzaron a rezar 3 veces al día con dirección a Jerusalén.
Pero en el año 539 a,e.c, llegó un imperio más poderoso: el persa, que por órdenes del rey Ciro II permitió a los judíos regresar a su tierra.
Los judíos volvieron y comenzaron la reconstrucción de su santuario, años después lo terminaron. El segundo y esplendoroso templo de Jerusalem.
Un nuevo siglo comenzaba en la historia del judaísmo, un camino lleno de esperanza por tener de nuevo el sagrado Templo reconstruido.
Dr. Mario Burman