Yasmine Mohammed, la activista canadiense publica su libro “Sin Velo” donde cuenta cómo escapó de la opresión islamista y por qué el progresismo y el feminismo les dan la espalda a víctimas como ella.
Por Alejo Schapire
Yasmine Mohammed (Vancouver) fue obligada a llevar el hiyab a partir de los 9 años, era azotada en la planta de los pies –porque no dejaba marcas– hasta no poder caminar y amenazada con arder en el infierno cada vez que fallaba en memorizar correctamente el Corán. A los 13 años, la policía intervino por maltrato, alertada por un maestro, pero el juez consideró que al pertenecer a una familia árabe, debía someterse a esa disciplina. A los 19, fue víctima de un matrimonio forzado con un hombre que la violaba hasta el día que fue detenido: era un agente de Al Qaeda enviado para participar en los atentados del 11 de septiembre. Acababa de tener una hija con él. El día en que su madre, egipcia, le explicó que debería mutilar genitalmente a su pequeña hija para “arreglarla”, la joven huyó de su familia con la pequeña. Se inscribió en la universidad, donde encontró las herramientas para desarmar el adoctrinamiento misógino al que la había sometido su comunidad.
El disparador de la necesidad de contar su historia y denunciar la opresión de la mujer en el mundo islámico no vino del discurso de un iluminado de Alá sino de Hollywood. En una emisión de Real Time with Bill Maher, en 2014, vio al actor Ben Affleck tratar de racistas a Maher y al filósofo Sam Harris por denunciar cómo el progresismo hacía la vista gorda ante la persecución de minorías sexuales y religiosas. Entonces, decidió “contrarrestar esta narrativa”, con la legitimidad de ser mujer, de piel oscura y de cultura árabe y musulmana.
En 2019, Yasmine Mohammed publicó Unveiled: How Western Liberals Empower Radical Islam (Sin velo: Cómo los progresistas de Occidente empoderan al islam radical), su historia de emancipación, que será editado en castellano en septiembre en Argentina por Libros del Zorzal. Mientras tanto, participa en campañas contra la obligación del uso del velo integral, como el #NoHijabDay y, en los últimos días, ha sido una de las impulsoras de #LetUsTalk (Déjennos hablar), un hashtag en que mujeres que crecieron en hogares musulmanes piden ser escuchadas.
¿De qué se trata #LetUsTalk? Empieza con una típica historia del Canadá de hoy. Resulta que el doctor Sherif Emil, profesor de Pediatría de la Universidad McGill, denunció a finales de diciembre la publicación en la portada del Canadian Medical Association Journal (CMAJ) de una foto de una niña de unos cinco años con hiyab. En su carta, titulada “No utilicen un instrumento de opresión como símbolo de diversidad e inclusión“, el Dr. Emil indicó que la foto “nos recuerda a una sociedad islámica fundamentalista, en la que se obliga a las mujeres a llevar el hiyab desde la primera infancia”, lamentó que a muchas de esas niñas se le prohíbe nadar o andar en bicicleta y que “tantas mujeres hayan quedado traumatizadas por una educación así, que creo que raya en el abuso infantil”. “Se ha vuelto ‘progresista’ ver el hiyab como un símbolo de equidad, diversidad e inclusión”, deploró.
De inmediato, la carta desató la ira del Consejo Nacional de Musulmanes Canadienses, que pidió a la CMAJ que retirara el texto. Sin tardar, la redactora jefe de la revista pidió públicamente perdón por las palabras “ofensivas” del pediatra y quitó la carta. Sin embargo, la cosa no quedó ahí y una ola sin precedentes de mujeres que crecieron en el mundo musulmán, tanto en Oriente como en Occidente, empezaron a partir de este caso a denunciar en las redes cómo el uso compulsivo del hiyab había afectado sus vidas.
¿Cómo analiza que la campaña #LetUsTalk empezara en la progresista Canadá, modelo de la diversidad, la inclusión y tolerancia?
Canadá es una ilusión. La comunidad internacional parece verla como un faro de inclusión y tolerancia. Esto no es cierto. Somos un faro de ideología de extrema izquierda. Hay muchos canadienses racionales, por supuesto, pero no tenemos ningún partido político que nos apoye. Cualquiera que se manifieste en contra de la ideología de extrema izquierda/marxista/woke es considerado un fanático de la supremacía blanca y silenciado inmediatamente. Un ejemplo extremo, que no me sorprendió en absoluto, fue que una superviviente yazidí de la esclavitud sexual por parte del ISIS fue deplatformed [cancelada, en una charla en una escuela secundaria] en Canadá por motivos de “islamofobia” [Se trata de la premio Nobel de la Paz Nadia Murad]. Hablar en contra de cualquier pecado cometido por cualquier persona de piel más oscura es el mayor de los pecados.
¿En qué se diferencian los testimonios de las mujeres según fueron escritos con este hashtag en Oriente Medio u en Occidente?
La diferencia es que la coacción proviene de una fuente diferente. En Oriente Medio, la fuente es el gobierno o la sociedad en general, y en Occidente es la familia o la comunidad. Ambos grupos de mujeres corren el riesgo de ser repudiadas, condenadas al ostracismo, atacadas e incluso asesinadas.
Varias organizaciones, entre ellas el Consejo Nacional de Musulmanes Canadienses, el Consejo Consultivo Musulmán de Canadá y la Asociación Médica Musulmana de Canadá, criticaron la carta del pediatra por ser “islamofóbica” y pidieron al Canadian Medical Association Journal que se retractara. El CMAJ retiró la carta y se disculpó formalmente. ¿Cómo se sintió al ver la reacción del CMAJ?
Traicionada. Indignada. Asqueada. Los editores de la revista decidieron capitular ante estos grupos musulmanes a pesar de que en privado nos escribían diciendo que reconocían lo antimujer y antilibertad que es el hiyab y que se avergonzaban de haber puesto a una niña con hiyab en la portada. Es pura actuación. Y cobardía.
¿Cuál ha sido su experiencia personal al dejar el hiyab y la opresión religiosa estando en el mundo occidental? ¿Hasta qué punto Occidente fue una ayuda o un obstáculo?
Ya había sido traicionada por mi país cuando tenía 13 años. Mi profesor me remitió a los servicios de menores y acabé llevando a mis agresores a los tribunales. El juez dictaminó que mis abusos eran “culturales” y, por lo tanto, no intervendría. Después no busqué apoyo en Canadá. Me salí con mi hija de esta situación viciosamente tóxica en la que estábamos sin su ayuda.
¿Qué responde usted a las feministas o instituciones progresistas que defienden en Occidente el uso del velo islámico como “una libre elección”?
La verdad es que no es para nada una elección libre. Cuando te dicen de niña “podés elegir: llevar esto o quemarte en el infierno por la eternidad”, ¿cómo podés describir eso como una “elección libre”? No importa. Incluso si una mujer elige apoyar su propio sometimiento. Es su derecho. Y es mi derecho hablar contra la toxicidad y el peligro de esa herramienta de misoginia y compartir mi historia de trauma y apoyar a otras mujeres que también lo odian y que quieren quitárselo sin temer por sus vidas.
¿Por qué al feminismo occidental, muy alerta ante los micromachismos cuando son perpetrados por el hombre blanco heterosexual, le cuesta tanto escuchar el grito de auxilio de mujeres de cultura musulmana, cuando el hiyab es claramente un instrumento de sexualización de la mujer y sumisión al patriarcado? ¿Cómo percibe este doble estándar?
Esta es una excelente pregunta. La única respuesta que se me ocurre es que no les importa. Creen que están a salvo. Creen que sus hijas y hermanas están a salvo, así que ¿por qué molestarse? Y honestamente puedo entender esa apatía y egoísmo. Es la naturaleza humana. Lo que no puedo entender es cómo apoyan activamente los sistemas contra los que luchamos. Eso es pura maldad innecesaria. No hay necesidad de envolver esta herramienta de subyugación de las mujeres en la cabeza de una niña pequeña y luego ponerla en la portada de una revista. Eso ya es promoverlo activamente.
¿Qué responde a la acusación de islamofobia y eurocentrismo hacia quienes cuestionan estas prácticas? ¿Qué replica cuando le dicen que sus críticas serán usadas por racistas?
Esta es una cantinela muy común. ¿Alguna vez les han dicho a las mujeres que no pueden denunciar a los violadores porque los violadores suelen ser hombres y eso heriría los sentimientos de los hombres? Es un argumento absurdo. Es una de las muchas, muchas maneras en que la gente trata de silenciarnos. No nos van a silenciar. Ya hemos guardado silencio durante mucho tiempo. Estamos hablando ahora y nos estamos apoyando mutuamente y no nos detendremos, sin importar las estrategias creativas que intenten.
¿Cuál es el lugar para los exmusulmanes, en un mundo donde, en nombre de la interseccionalidad, se alía el proselitismo islámico con el feminismo identitario?
Se lo haré saber cuando encuentre la respuesta a esta pregunta. Por ahora, me siento sin hogar. Denuncié el mundo religioso conservador de derecha en el que crecí y soy denunciada por el mundo progresista, ilustrado y libre al que hui.
Francia prohíbe el velo islámico en la escuela pública y, desde 2010, el uso del niqab y la burqa en la calle. Estas medidas han sido fuertemente condenadas tanto en países musulmanes como desde la izquierda occidental. ¿Es una legislación que va en el buen sentido para defender a la mujer de la opresión o es un ataque a la libertad de culto, como llegaron a decir expertos del Comité de Derechos Humanos de la ONU? ¿Cuál es su percepción sobre el tema?
Apoyo la decisión de Francia. Francia tiene una población musulmana tan elevada que es una de las pocas naciones occidentales que entiende el peligro. Desgraciadamente, han tenido que soportar ríos de sangre antes de entenderlo. El quid de la cuestión aquí es que hay musulmanes que no son islamistas, no son extremistas y están realmente interesados en integrarse en sus nuevas sociedades. Es imperativo que las sociedades occidentales empiecen a reconocer esa línea entre musulmán e islamista. Francia la ve. Y Francia sabe que el hiyab es una bandera de los islamistas.
El defender la emancipación de las mujeres que crecen en la cultura musulmana puede resultar incómodo y peligroso. Lo saben de sobra activistas como la somalí-neerlandesa-estadounidense Ayaan Hirsi Ali o la periodista iraní Masih Alinejad. ¿Qué es lo que la lleva usted a seguir adelante con esta lucha sabiendo que la convierte en un objetivo político?
Estoy muy orgullosa de llamar a ambas mujeres mis heroínas y mis amigas. Y en el caso de Ayaan, también es mi colega. Me inspiró su ejemplo y me envalentonó su coraje, y espero que sigamos con este efecto dominó y que cada vez más mujeres se sientan motivadas para luchar por su libertad. Somos tan pocas las que alzamos la voz, que cada voz es preciosa e importante para hablar por las que no tienen voz, por lo que nunca rehuiré a mi responsabilidad y compromiso con todas aquellas mujeres que no pueden hablar por sí mismas.
¿Cuál ha sido el precio que ha debido pagar por haberse rebelado contra su familia y su sociedad?
Hace casi veinte años que no tengo contacto con mi madre. He perdido a mi familia. Perdí a mis amigos. Perdí mi comunidad. Pero he ganado mi libertad y, lo que es más importante, he conseguido la libertad para mis hijas. Pagaré con gusto cualquier precio por ello. Es realmente un regalo que no tiene precio.
Fuente: Seul