Por Ricardo López Göttig
Mientras crece la tensión en la frontera ruso-ucraniana ante la inminencia de una invasión, en el bloque occidental y precisamente por su carácter democrático y abierto, se advierten líneas diferentes de acción. La tan utilizada, hasta el hartazgo, descripción ornitológica entre “halcones” y “palomas” de tiempos de la guerra fría, no sólo tiene repercusiones en la política argentina, sino también cobra vigencia entre los actores internacionales.
Es claro que el objetivo es evitar una guerra entre Rusia y Ucrania que, por sus características, no quedaría limitada a esos dos países, sino que involucraría a muchos más de Europa oriental, con repercusiones y consecuencias inimaginables. El presidente ruso Vladímir Putin, por su lado, exige que se garantice por escrito que Ucrania jamás ingresará a la OTAN –un hecho que, además, estaría lejos de ser viable en menos de diez años-, por medio de la presión militar. Asimismo, en los últimos años ha exhibido que considera a varios países que integraron en el pasado el Imperio Ruso y la URSS, como patios traseros en los cuales tiene el derecho de intervenir. La búsqueda de soluciones diplomáticas desde la OTAN y, en particular, desde el gobierno de Estados Unidos, viene siendo acompañada por señales de tipo militar, con el envío de embarcaciones al Mar Negro, y el anuncio del despliegue de tropas en Bulgaria, Rumania y los tres países bálticos, así como el abastecimiento con armas defensivas a la asediada Ucrania.
Es frecuente, entonces, que se vuelva a hablar sobre el Pacto de Munich de 1938, cuando los líderes de Gran Bretaña y Francia accedieron a las demandas de Adolf Hitler para que Checoslovaquia cediera los Sudetes, regiones mayoritariamente habitadas por alemanes. El entonces primer ministro británico Neville Chamberlain intentó apaciguar a Hitler, permitiéndole anexar territorios bajo soberanía checoslovaca, sin que el gobierno de ese país pudiera opinar siquiera sobre tan ominoso tratado. Chamberlain no pudo contener las posteriores invasiones de la Alemania nazi a lo que quedaba de Checoslovaquia, ni a Polonia, Noruega, Francia…
¿Estamos hoy ante una política de apaciguamiento? Con respecto a lo que aconteció en la segunda guerra mundial, nosotros tenemos la ventaja de saber qué ocurrió después. Las líneas de negociación son múltiples y, en el caso ruso, las consecuencias económicas de una guerra serían catastróficas para ese país. Putin tensa la cuerda hasta el máximo para alcanzar sus objetivos, pero bien sabe que precisa una desescalada, al igual que los gobiernos del bloque occidental. Los voceros contrarios a toda participación de la OTAN en este conflicto se multiplican en Europa desde los populismos de izquierda y derecha, que nunca ocultaron sus simpatías por el régimen de Putin, ni sus inclinaciones por la teocracia iraní. Un caso evidente es el Pablo Iglesias, el antiguo líder e impulsor de Podemos en España, que ha aparecido con severas críticas a la postura del presidente del gobierno Pedro Sánchez.
Muy probablemente, Chamberlain no quiso ser “Chamberlain”. En las frías estepas rusas y ucranianas, se juega un ajedrez en el que cada pieza tiene aspiraciones propias.