Mario Montoto
El ataque artero fue ejecutado en nuestro territorio por el grupo fundamentalista Hezbollah, pero contó además con la planificación y el apoyo inequívoco de un Estado extranjero. Fue el primer golpe del terrorismo internacional en nuestro continente
Treinta años han pasado desde aquella dramática jornada del 17 de marzo de 1992 en la que fue violada nuestra soberanía nacional con la demolición de la Embajada de Israel, operación concebida, planificada y ejecutada por actores de un Estado extranjero.
Muchas cosas han cambiado en el mundo y en nuestro país desde entonces. Hoy las telecomunicaciones nos permiten estar actualizados en tiempo real de lo que sucede en cualquier punto del planeta. Nuestros celulares se han convertido en verdaderas computadoras portátiles. La ciencia ha multiplicado sus avances en los más variados campos de nuestras vidas: desde la medicina, con nuevos tratamientos para enfermedades que hasta hace pocos años parecían incurables, hasta los novedosos desarrollos en la agroindustria, el impulso de nuevas fuentes de energía, la ingeniería digital, las impresiones 3D o los revolucionarios avances en las tecnologías satelitales.
Pero en estas tres décadas hubo un hecho que se mantuvo inalterable: la impunidad de los responsables de tan salvaje atentado. Aquel 17 de marzo, el terrorismo internacional golpeó por primera vez nuestro continente y lo hizo en pleno centro de Buenos Aires, algo que era impensable hasta ese momento. Las escenas dantescas que se vivieron en la calle Arroyo al 900 quedaron grabadas para siempre en nuestras retinas. Las sirenas de las ambulancias y los patrulleros aún resuenan en nuestros oídos. Los pedidos de auxilio y los llantos desgarradores de los sobrevivientes de ese acto atroz nos siguen acompañando, como si el tiempo se hubiera detenido a las 14:45 de esa triste jornada.
El blanco directo de la sinrazón terrorista fue la Embajada del Estado de Israel en nuestro país, pero el atentado buscó, al mismo tiempo, golpear el corazón de nuestro Estado democrático y el estilo de vida de la sociedad argentina. Ese ataque artero, ejecutado en nuestro territorio por el grupo fundamentalista Hezbollah, contó además con la planificación y el apoyo inequívoco de un Estado extranjero, en una clara violación de nuestra soberanía nacional.
Ese día, murieron 29 personas y otras 242 resultaron heridas. Las vidas de los que sobrevivieron al atentado y las de sus familias nunca volvieron a ser las mismas. Ahora bien, las víctimas no fueron únicamente los que perecieron; todos los argentinos experimentamos una sensación de vacío y horror ante una expresión de violencia, desprecio y odio inédita en nuestra historia. El día del atentado, de alguna manera, todos nos sentimos morir.
El ataque a la Embajada de Israel marcó un antes y un después para nuestro país. Lamentablemente, esa no fue la única acción del terror asesino contra nuestra nación. Las escenas se repetirían dos años más tarde, cuando otro atentado, esta vez contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), confirmaría el ensañamiento de esos mismos criminales extranjeros contra el modelo de paz, tolerancia y convivencia entre todos los ciudadanos argentinos, cuyas raíces se extienden a las más diversas latitudes del planeta y cuya historia no registra antagonismos culturales ni religiosos.
La explosión de hace 30 años en la calle Arroyo pudo haber reducido a escombros el edificio de una sede diplomática, pero no consiguió destruir el espíritu de hermandad con vínculos inquebrantables que unen al pueblo israelí con la sociedad argentina toda.
Israel es una tierra de paz. La mano tendida a sus vecinos se tradujo en 2020 en los históricos Acuerdos de Abraham con Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, a los que se sumó posteriormente la normalización de las relaciones diplomáticas con Marruecos y Sudán. Ese clima de confianza con los países de su entorno quedó confirmada con la reciente visita del jefe de Estado israelí Isaac Herzog a Turquía para reunirse con su par Recep Tayyip Erdogan.
Esta serie de acuerdos y acercamientos confirman la convicción del gobierno israelí para superar las diferencias y desinteligencias del pasado. Sin embargo, a pesar de este nuevo clima de optimismo y confianza mutua, los mismos responsables de los atentados a la Embajada y a la AMIA aún persisten con su prédica de odio y destrucción del Estado de Israel, manifestada en los repetidos ataques con misiles contra su territorio.
La locura asesina puede demoler edificios y provocar muertes y heridos, pero nunca logrará destruir los cimientos de nuestra sociedad. La humanidad ha demostrado, a lo largo de su historia, que la vida siempre prevalece sobre la muerte. Aún en las horas más oscuras, la paz siempre se impone.
Argentina ha demostrado que ha sido y seguirá siendo una sociedad caracterizada por la tolerancia y el respeto. Lejos de paralizarse por el accionar criminal de un grupo de fundamentalistas ajenos a nuestro modo de vida, los argentinos nos seguimos comprometiendo en defender estos valores.
En esta jornada tan especial, nos unimos al clamor de justicia y ratificamos el enfático llamado que venimos haciendo a lo largo de todos estos años a nuestras autoridades políticas y judiciales para lograr el esclarecimiento de esta brutal acción. Se lo debemos a las víctimas y nos lo debemos como país.