s algo menor al lado de las noticias sobre los cientos de civiles muertos en la invasión rusa, pero no deja de llamar la atención el fuerte “factor judío” que está marcando la guerra en Ucrania.
Ésta es, al fin y al cabo, la tierra de algunas de las peores matanzas perpetradas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo Babi Yar, en las afueras de Kiev, adonde los alemanes masacraron en 1941 a más de 33 mil judíos, en el lugar adonde actualmente se levanta un memorial que fue alcanzado en parte, el último día de febrero, por misiles rusos.
En Kiev nació Golda Meir. Y de Ucrania eran también Isaac Babel y Sholem Aleijem. Toda esta región fue alguna vez el mundo de incontables “shtetls”, aldeas judías como la Anatevka de El violinista en el tejado. La mayoría de los antepasados de los judíos ashkenazíes de Argentina proviene de Rusia, Bessarabia. Y de Ucrania, como la abuela materna de este reportero que, empujada por los pogroms, salió desde Kiev, vía un barco que zarpó desde Odesa, hacia esta tierra prometida en el sur del planeta.
Por eso no sorprende que Volodimir Zelenski se haya convertido, gracias a su resistencia al estilo David contra Goliat, en un nuevo ícono judío, un “nuevo macabeo”, como lo describió el diario Times of Israel en un artículo sobre el furor que está causando el presidente de Ucrania en las redes sociales.
Y Zelenski lo sabe, y trata de explotarlo como puede. En el mensaje en video que difundió el martes pasado, el presidente aprovechó para castigar a Rusia por las bombas que cayeron en el complejo de monumentos de Babi Yar.
El memorial, dijo, “es un lugar especial en Kiev, un lugar de oraciones” donde “se conmemora a miles” de judíos asesinados. Y se preguntó: “¿Por qué convertir un lugar así en un objetivo para un ataque con misiles? Ahora me dirijo a todos los judíos del mundo: ¿no ven lo que está pasando aquí?”, continuó Zelenski en el mensaje, cuyo transcripción se difundió luego traducida al hebreo. “Es importante que millones de judíos en todo el mundo no permanezcan en silencio” ante esos ataques, “porque el nazismo nació en el silencio”, completó Zelenski, poniendo el dedo en la llaga.
Los destinatarios finales del mensaje no eran los judíos indignados por las bombas sobre Babi Yar, o las imágenes de miles de refugiados, sino el gobierno israelí en Jerusalén.
Los líderes israelíes –y las grandes figuras judías fuera del país– pueden ser escuchados en el Capitolio y en la Casa Blanca. Y un poco en el Kremlin. Y no estaría nada mal, para Zelinksi que la industria militar israelí encontrara la forma de hacerle llegar algunas armas para enfrentar a los rusos.
Pero Israel se mueve en una cuerda floja. Nunca fue gran amigo de Moscú (menos aun en la Guerra Fría), pero Rusia controla el espacio aéreo en Siria y tiene un acuerdo tácito, no siempre reconocido, que permite a los cazas israelíes atacar blancos de grupos pro-iraníes en el país vecino. No es un acuerdo del que convenga salirse, incluso a pesar de toda la simpatía que generan entre los israelíes Ucrania y su presidente, quien eligió precisamente Jerusalén para comunicar al mundo su pasado judío.
En enero del 2020, Zelenski le contó al entonces primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, la historia de cuatro hermanos. Tres de ellos y sus familias “fueron asesinados a tiros” por los nazis. “El cuarto hermano luchó en el frente y sobrevivió, contribuyendo a la victoria sobre el nazismo y su ideología inhumana”. Dos años después, “tuvo un hijo y, en 31 años, tuvo un nieto”. Cuarenta años más tarde, “ese nieto se convirtió en presidente y hoy está ante usted, señor primer ministro”, dijo Zelenski a Netanyahu. Una historia digna del “nuevo macabeo” que pelea contra Putin.
*Ex corresponsal en Washington, periodista freelance que escribe sobre Estados Unidos, Medio Oriente y nuevas tecnologías.
Marcelo Raimon es Periodista. Trabajó como corresponsal de la agencia ANSA en Buenos Aires y Washington. Se especializa en temas de la realidad israelí.