La trascendencia y las consecuencias de la Cumbre de Ministros de RREE en el centro del desierto del Neguev, al sur de Israel, son todavía inciertas. Por el momento, el acontecimiento no es mucho más que una señal, un signo, cuyo significante todavía no está muy claro. Quiénes asistieron, quiénes no asistieron, de qué hablaron, o no hablaron… Mientras tanto la guerra entre Rusia y Ucrania ocupa el centro de las noticias internacionales y los atentados en diversos puntos de Israel ocupan el centro de las noticias locales. Los ministros llegaron, pasaron por el hotel en el kibutz Sde-Boker, y siguieron su rumbo volviendo a sus rutinas. Todavía hay mucho camino que recorrer, varios comensales que no se sentaron a la mesa.
Una de las grandes críticas a la cumbre es la ausencia no sólo física sino temática de los palestinos en cualquiera de sus versiones políticas (la Autoridad Palestina, Hamas, o lo que sea). La cumbre sigue la lógica de los Acuerdos de Abraham logrados bajo el auspicio, mal que me pese en lo personal, de la familia Kushner-Trump con su fuerte impronta de negocios. Es una lógica que excluye a los palestinos, que durante más de cincuenta años se han rehusado a toda concesión, conversación, y mucho menos acuerdo, alimentándose de su eterno status como refugiados amparados por la UNRWA.
Los Acuerdos de Abraham, cuyo nombre nos remonta al principio de todas las cosas, dicen claramente que hay otros escenarios posibles en el Oriente Medio y que Israel es protagonista en cualquiera de ellos; del mismo modo que Trump supo decir que la capital de Israel es Jerusalém, trasladar la Embajada de los EEUU a esa ciudad, y cerrar para siempre un reclamo de su gran aliado en la zona. Con todo lo que me rechina Trump como personalidad y valores, supo cumplir. Es precisamente su personalidad la que le permitió dejar el discurso políticamente correcto y concentrarse en la realidad y el negocio: el tiempo no puede detenerse a causa de los palestinos y sus sucesivas negativas a todo.
No es coincidencia que en una semana Israel haya sufrido tres ataques de tipo terrorista seguidos: Beersheva, Hadera, y BneiBrak. Sean los perpetradores ciudadanos israelíes o palestinos de Cisjordania, la doctrina detrás de los ataques es la misma: ataque a la población civil como única forma de infligir daño en la sociedad israelí. Si estos atentados escalan como sucedió hace un año a raíz de los conflictos en torno a Sheij-Jarra en Jerusalém, Israel bien podría enfrentarse a un nuevo conflicto, interno, externo, o ambos. Una prueba de fuego para el novel gobierno que, en palabras de su Ministro de Justicia Gidon Saar en su visita a Uruguay, está funcionando muy bien. Ojalá: no soy el único que ha apostado su esperanza a esta coalición.
Tengo el privilegio de conocer muy bien Sde-Boker y sus zonas aledañas. Mi generación vivió allí varios meses como parte de su programa de Majón en 1976 y yo tuve el privilegio de estar con ellos casi toda la estadía cuando había hecho mi aliá, antes de estudiar en Tel-Aviv. Nuestras cabañas, muy rudimentarias, estaban de espaldas a la que había sido la de Ben-Gurion. La cual, a su vez, da la espalda al hotel donde se llevó a cabo la cumbre. Asumo que hubo razones logísticas y de seguridad para elegir el lugar, pero no descarto el factor simbólico.
He vuelto innumerables veces al Kibutz, y en los últimos veinte años me he impuesto visitar, cada vez que viajo a Israel, las tumbas de Ben-Gurion y su esposa en el campus que la Universidad de Beer-Sheva tiene allí, a un par de kilómetros. Sde-Boker no es sólo un kibutz, todavía exitoso, vigente, y guardián de los principios básicos del movimiento (no quedan muchos así), sino que es un centro académico, una base militar, y un centro turístico por sí mismo. El wadi Zin atraviesa el desierto conectando desde las ruinas nabateas de Avdat y el kibutz. Las tumbas del padre fundador y su esposa reposan ante la magnífica desolación del paisaje y entre las gacelas que deambulan en el parque circundante.
Ben-Gurion pudo haber cometido errores como líder casi excluyente durante casi veinte años, pero mucho antes del fenómeno colonialista en Judea y Samaria que se inició en 1968 él ya hablaba de colonizar la Galilea y sobre todo el desierto del Neguev. Fiel y consecuente con sus ideas, allí fue a instalarse cuando se retiró de la vida política. Ben-Gurión rescata los valores fundacionales del Sionismo, la noción de que hay tierra y espacio para todos, y que las minorías (sean árabes o religiosas judías) deben tener su autonomía respetando el sistema democrático elegido por Israel.
Quiero creer, o mejor dicho, me permito sugerir como lectura de los acontecimientos, que la Cumbre en Sde-Boker no es casual. El lugar no está cargado de mística o simbolismo judío bíblico sino que representa parte del modelo innovador con el cual Israel fue construido. No, no es ir a Yad Vashem: no se trata de la tragedia que nos justifica, sino de los logros y la realidad que se imponen.
En ese rincón del mundo, de baja densidad demográfica, donde un auto se ve venir a kilómetros de distancia, donde las noches son estrelladas como las noches bíblicas en que Dios le muestra a Abraham las estrellas del cielo, allí fue esta primera, auspiciosa, valiente cumbre entre vecinos aliados que buscan forjar nuevas realidades.