Rosa Rotenberg, sobreviviente de la Shoah, relató a los oyentes de Radio Jai sobre sus vivencias durante el capítulo más oscuro de la historia de la humanidad.
“Nací en el peor momento y en el peor lugar donde podía nacer un niño judío: Nací en plena guerra, en el corazón de Europa, y en el peor país, Polonia, y además dentro del ghetto de Varsovia”, relató. “Eso fue en 1941, a un año y medio de empezada la guerra en 1939.
“Mis padres se dieron cuenta inmediatamente de las pocas chances que tenía yo de sobrevivir en ese entorno y decidieron con gran llanto y dolor […] encontrar a alguien que me sacara del ghetto, que me sacara al otro lado, a la zona aria”. Por ello, con tan solo “seis meses, salí oculta en la bolsa de un trabajador que tenía el permiso para salir del ghetto”. “Ellos no sabían a donde yo iba, ni sabían que iba a ocurrir conmigo, y gracias a manos benevolentes fui a parar a un orfanato católico”.
Sin embargo, a pesar de que sus padres consiguieron sacarla del ghetto, no consiguieron salir ellos mismos de aquel barrio donde se encontraban encerrados. Rosa relató que sus progenitores continuaron encerrados allí, participando su padre de manera activa en el levantamiento del ghetto de Varsovia. “Finalmente en la liquidación del ghetto ellos son deportados en los famosos trenes de ganado (trenes de la muerte) en donde se llevaban a los judíos”. “Mi padre estuvo en tres campos de concentración, mi madre no sobrevivió”, explicó.
En 1945 las fuerzas rusas entraron a Kraśnik, el último campo de concentración en donde había sido encerrado el padre de Rosa, ubicado a 60 kilómetros de la ciudad de Lublin. Al salir del campo, “se entera por esas transmisiones de boca en boca […] que la habían visto a mi madre sin vida en uno de los transportes en tren”. En consecuencia, “él regresa a Varsovia con la idea de buscarme, él está convencido de que yo estoy con vida”.
Rosa detalló: “Mis padres habían tomado una única precaución que fue colgarme en el cuello una bolsita con un nombre falso”, antes de entregarla para que la sacaran del guetto. “Mi nombre era Wanda Darlewska” un nombre polaco, que servía para ocultar su origen judío. Por lo tanto, luego de salir del Krásnik y llegar a Varsovia y preguntar en un sin fin de instituciones en las que creía que podría haber llegado su hija (escuelas, iglesias, conventos, hospitales), “finalmente llega al orfanato y pregunta por mi con mi nombre, Wanda Darlewska” y la madre superiora le confirmó que había una chica con ese nombre resguardada allí.
Rosa relató que su padre se encontró con una nueva dificultad: “No tiene ninguna documentación para demostrar que yo era su hija, y la madre superiora se niega a entregarme, aduciendo que eran muchos los que estaban buscando niños”. Afortunadamente, su padre recordó una pequeña marca de nacimiento que tiene Rosa en su oreja, pudiendo a través de la misma asegurarle a la responsable del orfanato que él era realmente su progenitor.
Sin embargo, al salir del orfanato, Rosa continuó afrontando grandes dificultades. Se encontraba en un estado de salud muy deteriorado, desnutrida y con principios de tuberculosis: “Las visitas de médico en médico eran habituales”. Además, con ya casi cinco años de edad, se había acostumbrado a la vida en el orfanato y no tenía ningún vínculo con aquel hombre que se le había presentado como su padre. “En las descripciones de mi padre a posteriori de la guerra, me contó las características que yo tenía, que era una niña difícil, que no hablaba”.
Afortunadamente y progresivamente su padre pudo volver a establecerse. Se mudaron a París, donde tras constatar que su antigua esposa (la madre de Rosa) no se había conseguido salvar, se volvió a casar y tuvo dos hijas. Luego de cinco años de vivir en París, en “1950 emigramos a Sudamérica con destino a Bolivia, porque mi padre había escuchado los rumores de una nueva guerra, que era la Guerra de Corea”. En el puerto de Buenos Aires se reencontró con un viejo conocido que le habló de las bondades del país y lo ayudó.
Rosa destacó que ella creció alejada de su propia historia, no sucediéndole lo mismo con la de su padre: “En casa siempre se hablaba de la guerra; mi padre siempre comentaba las peripecias y los pesares por los cuales tuvo que pasar en los campos de trabajo esclavo. El tema de la guerra nunca fue un tabú, todos sabíamos lo que mi padre había pasado”. No obstante, en lo que respectaba a los sucesos que ella misma había atravesado, su conocimiento era menos claro: “Me fui enterando muy de a poco, yo sabía que me había salvado en un orfanato, que debido a las condiciones imperantes en el ghetto me habían tenido que sacar a la zona aria, pero no tenía detalles. “Recién a la edad de 18 años mis padres me contaron oficialmente cuál fue mi historia. Recién a los 18 años me enteré que la madre que me cuidaba […] no era mi madre biológica, fue muy duro”
“Llevó muchos años poder enfrentarme a toda esa situación”, explicó Rosa. No fue hasta el 2015 cuando “regresé a Varsovia, cuando estaba por cumplir mis 75 años y acompañada por dos de mis hijos”, con tres objetivos en mente. El primero era “volver al orfanato donde sabía que me había criado”, en segundo lugar, “quería ir al cementerio judío para ver si encontraba tumbas, tanto de una, como de otra familia, paterna y materna”, por último, “mi tercera intención era conseguir documentos para mí, porque yo no tenía ni partida de nacimiento”.
A modo de reflexión final, Rosa lamentó que a pesar de haber pasado ya casi ocho décadas de la Shoah, “el ser humano todavía no aprendió lo suficiente […] sobre todo a respetar al prójimo. Uno de los mayores conflictos de este siglo es la negación de culturas ajenas a las propias”. Por ello remarcó: “La difusión de lo que ocurrió en la Shoah tiene que servir como un aprendizaje”.
Escuche la entrevista a Rosa Rotenberg en Radio Jai.
Redacción Tomás Polakoff