Esta noche en Uruguay se celebra algo así como la “otra cara” del Día de la Independencia, un fenómeno cultural denominado “La Noche de la Nostalgia”. Después de dos años pandémicos parece un poco surrealista volver a esta tradición. Si bien el asunto se instaló en la opinión pública tengo la sensación de que la pandemia no pasó en vano y que esta industria del entretenimiento, como tantas otras afectadas, se tomará su tiempo en re-configurarse. De alguna manera, es como que volvemos a hablar de temas cuya relevancia podemos cuestionar a la luz de lo que el mundo atravesó a partir de marzo 2020.
En forma analógica, en vísperas de nuevas elecciones en Israel, con los partidos definiendo el orden de las candidaturas a la Kneset y alianzas varias, y de hecho ya en campaña, parece un poco surrealista que volvamos a hablar de Netanyahu y su bloque de derecha y de la imposibilidad del centro-izquierda de formar gobierno sin los partidos árabes apoyando una coalición. Como si el gobierno de unidad de Bennet y Lapid no hubiera existido, como si sólo hubiera sido un accidente. Más allá de lo que dicen las encuestas, y no las niego, pero tengo esperanza, en lo personal espero que haya sorpresas y una vez más combinaciones sorprendentes.
La experiencia Bennet-Lapid, que postergó a sabiendas los temas más espinosos de la agenda (seguridad, los palestinos, la ocupación), se ocupó sin embargo de temas internos que estaban absolutamente congelados por la política de desgaste de Netanyahu en aras de preservar sus privilegios y demorar su eventual sentencia.
Se votó un presupuesto y cada ministro, con el celo que da la oportunidad de ser gobierno, hizo sus deberes. Después de muchos años hubo en Israel un gobierno que separó Religión de Estado (no incluyó ningún partido religioso), consideró e incluyó a su minoría mayor (los árabes), y se ocupó de los temas que preocupan al ciudadano común cuando no está bajo ataque del enemigo de turno. Israel se “normalizó”, al menos por un año.
Mientras Lapid gobierna y hace campaña desde la oficina del Primer Ministro (es su derecho), mientras Bennet demostró que se puede hacer honor a la palabra empeñada, Netanyahu sigue bregando porque su bloque de derecha alcance los votos que lo hagan viable aun a costa de darle poder a extremistas criminales como Ben-Gvir y cía. Si los “jaredim” nos parecían extremistas durante la era Netanyahu, no imaginemos siquiera el extremismo de Ben-Gvir en un ministerio. Ayelet Shaked será Barbie en comparación.
Así como la pandemia ha dejado su enseñanza, el gobierno sui-generis que cayó hace dos meses dejó las suyas. En ambos casos resta por ver qué hemos aprendido nosotros, los ciudadanos de a pie del mundo o de cualquier Estado en particular.
Ianai Silberstein.