Empezamos con el escarabajo diabólico acorazado, un insecto cuyo exoesqueleto es tan resistente que ha inspirando la elaboración de nuevos materiales para la industria aeroespacial. Su nombre no tiene que ver con el propio satanás, sino con su capacidad tan enorme de aguantar hasta 39,000 veces su propio peso y presiones sobre su cuerpo que lo hace prácticamente indestructible. Científicos de la Universidad de California en Irvine confirmaron su blindaje al tratar de atropellarlo con un coche (que representa una fuerza de 100 newtons) encontrando que el escarabajo, luego de hacerse “el muertito” por unos segundos, quedó intacto; dejando en claro la obra arquitectónica-ingenieril que mantiene su integridad.
Pero hablemos de especímenes legendarios y míticos, como los cíclopes, esos gigantes de un solo ojo que atraparon a Ulises en su Odisea hacia Ítaca. Éstos personajes monstruosos quizás no surgieron de la grandiosa imaginación de Homero sino que algunos paleontólogos piensan que fueron resultado del hallazgo de fósiles de elefantes enanos, proboscídeos ya extintos, que vivían durante el Pleistoceno precisamente en las islas griegas y cuyos cráneos tenían un orificio central para la trompa (no para un ojo). Hecho que posiblemente inspiró la idea de los cíclopes que ilustran la mitología de la Antigua Grecia. Algo similar quizás sucedió con los aún vivientes narvales, ballenas de un solo colmillo que protruye de un diente canino y que engañó a los navegantes vikingos sobre la supuesta existencia de los unicornios.
Y adentrándonos en el mundo microscópico, y para ponernos un poco más bélicos, una colaboración entre científicos de la Universidad de Barcelona y de Queensland reportó en Science que nuestras células inmunológicas usan bombas de grasa para defenderse de bacterias invasoras. Similar a las guerras medievales donde los ejércitos feudales usaban cazos de aceite hirviendo para impedir la entrada de extraños a sus murallas, así, unas células blancas de nuestra sangre, los macrófagos, preparan arsenales de gotitas de grasa, mezcladas con proteínas tóxicas, para dispararlas a las intrusas bacterias, y lograr eliminarlas. Antes se pensaba que las burbujas de grasa servían como reserva de energía para estas células humanas, sin embargo el reciente descubrimiento abre una nueva ruta para comprender los mecanismos de defensa natural del cuerpo humano con la idea de aplicarlas hacia nuevos tratamientos; especialmente necesarios ahora con cada vez más bacterias resistentes a antibióticos. Aún hay mucho por comprender sobre esta genial estrategia de los macrófagos, empezando por analizar cómo funcionan estas creativas municiones. De lograrse podría dar nuevas ideas para posibles tratamientos que arrasen, literalmente, con las infecciones.
En estos días que las bromas y travesuras son de esperar, más vale que estés prevenido; aparentemente lo malicioso resulta también en lo apestoso. Investigadores de la Universidad de Geneva encontraron que los comportamientos no apropiados de las personas provocan respuestas en el cerebro similares a las que desencadenan los malos olores, hallando un biomarcador de olfato vinculado a la sensación de disgusto. Y era de esperarse: el olor está relacionado con nuestra capacidad de supervivencia; si un alimento huele mal, vale mejor no probarlo, siendo esta reacción una fuente de protección que evita un posible envenenamiento. Quizás la clásica frase de “no hagas eso, no me huele nada bien” se haya adelantado a sus tiempos.
Es de todos conocido que entre las costumbres de Día de Muertos están las visitas a los cementerios, así que propongo revisar las hipótesis de la ciencia que han quedado ya difuntas. Entre ellas están las creencias de que la Tierra era plana o que las moscas de la fruta surgen entre los plátanos maduros por generación espontánea. Sin embargo, mi favorita es la del “universo estático” que en 1917 postuló Albert Einstein, y que doce años más tarde Edwin Hubble aniquiló, al descubrir que el Universo parecía más bien estar en constante expansión, enterrando con ello, pero solo por un rato, la constante cosmológica de Einstein, misma que resucitó hace unos años para explicar la recién descrita energía oscura. Así, la constante cosmológica se desmomificó y fue rescatada del más allá. Importante recalcar que a través de la historia muchas teorías han sido aniquiladas; filósofos como Karl Popper argumentan que una teoría científica no puede realmente comprobarse nunca en su totalidad, que la única forma de fortalecerla y mantenerla vigente es a través de fallidos intentos por falsearla. Es decir, no esta muerta hasta que no se logre acabar con ella. Una visión acertada pero un poco despiadada.
Y para casi ya acabar, crucemos al reino vegetal y admiremos las emblemáticas calabazas tan simbólicas en la celebración de Noche de Brujas y ahora representadas en el recién publicado Cartel de la CONABIO. Estas verduras, que en realidad son frutas, representan el primer cultivo que fue domesticado en América hace aproximadamente 10,000 años. Dato curioso es que las calabazas pertenece a la familia del melón, la sandía, el pepino y el chayote, y la mayoría de sus variantes crecen precisamente en México, con flores masculinas y femeninas que son polinizadas por distintos insectos. Sus altos niveles de carotenoides le dan el emblemático color naranjoso, tan combinado con los colores otoñales.
El coronavirus sí que nos espantó
y al encierro a todos llevó.
Con su invisible hoz nos amenazó,
ningún humano se le escapó.
De las tinieblas el virus surgió,
a todos los países ya se propagó.
con sus proteínas nos desarmó,
y sin las vacunas nos enfrentó.
El jabón por poco y lo apaciguó,
pero la esperada cura sí que tardó.
Solo el cubrebocas casi lo frenó,
luego de una ola, medio que se tranquilizó.
A los científicos sí que los engañó,
con sus mutaciones nos megatranzó,
sin poder cazarlo se transformó,
sólo a la parca benefició.
Ni un pan de muertos el susto alivió,
a los médicos valientes el virus retó.
Este 2020 ni el cempasúchil floreció,
finalmente el coronavirus con todos acabó.
Carol Perelman / @enlace judío